Hace casi cincuenta años ya, Stanislaw Lem escribió una de sus muchas novelas seminales, SOLARIS, centrada en el regreso de los muertos, o más concretamente, la materialización de las tragedias del pasado, de las culpas, de los pesares. La extraña comunicación conjurada por el mar-planeta, centrada en la manipulación mental de los forasteros, torturados por la visita de sus memorias, de sus temores. La adaptación de Tarkovsky gozaría de prestigio, aunque el enfoque vagamente científico la dotaría de un ambiente más onírico, menos técnico, que el libro. Ambos trabajos, el del escritor y el del director, supondrían un punto de inflexión en el desarrollo de la literatura europea fantástica y el cine de ciencia-ficción, respectivamente. Y precisamente me resulta toparme hoy día, tantas décadas después, obras que recuperan una similar atmósfera, más o menos explícita. El espíritu de Solaris prosigue!
The Clone Returns Home, de Kanji Nakajima, filme que se ha proyectado en esta edición del BAFF, nos presenta una premisa altamente inquietante. El clon del título es el desdoblamiento del protagonista de la cinta, un astronauta que accede a prestar sus datos biológicos y psicológicos a una empresa clonadora; delante del peligro de su profesión, quiere asegurarse una "segunda vida" por si aconteciese un accidente letal. No obstante el astronauta, como cualquier otro ser humano (y al igual que los sufridos investigadores que circundan Solaris), cuenta con sus traumas, con memorias mal barridas, con los temores de un pasado que ha sido incapaz de superar del todo. En su caso, la sensación de culpabilidad que experimentó cuando era niño y provocó (indirectamente) la muerte de su hermano gemelo en un río, un verano. La excusa espiritual para el mal funcionamiento del proceso de clonación es la llamada "resonancia del alma", un concepto un poco abstracto que, en el fondo, viene a ser muy similar a los pesares infernales edificados por Solaris: la persecución de la propia persona, de las imágenes enterradas. El primer intento de clon sufre de esa resonancia y es incapaz de evadirse de la obsesión hacia el hermano muerto: es una versión defectuosa plenamente nostálgica, y vive como ente pensante encallado en un fragmento temporal antiguo, aunque nunca asumido. Emprende, de forma demente, su regreso a "casa", es decir el escenario de su yo-niño, que lo conduce a su propia muerte. El segundo intento de clon, al contrario, no padece de la resonacia, pero se siente obligado a seguir los pasos del primero, por tal de recuperar su verdadera alma, su pasado. Si todo esto suena altamente ambiguo, recae la culpa en la narrativa de Nakajima, esclarecedora en su trama pero sensualmente críptica en su interpretación. El filme inteligentemente traza constantes paralelismos y juegos visuales para demostrar la ausencia del hermano; también nos muestra a unos personajes altamente confundidos delante un fenómeno extraordinario (la vuelta a la vida de los muertos); a diferencia de Solaris, aquí el regreso es producto de la tecnología humana. La película no es meramente un ejercicio centrado en la tan ponderada metanarrativa del doble o doppelganger o qualquiera de sus variantes exóticas, sinó una observación entorno las malfunciones de nuestros recuerdos, y de la incapacidad de nuestra conciencia de cerrar puertas y abandonar los reductos humeantes. Tal como afirma Remo Bodei, la semilla de la neurosis se basa principalmente en la no-sanación de las heridas cerebrales que en otro tiempo fueron el presente (o, dicho menos líricamente, los traumas). El concepto de Nakajima podría haber salido de la pluma polaca en los 50; la exposición visual podría haberse incubado en la Rusia de los 60 (imágenes de casas hechas polvo con lluvia contundente de fondo; no se puede ser más explícitamente tarkovskiano). La carga filosófica explorada por Nakajima es de interés, especialmente el componente casi místico del tráfico cíclico del alma (¿puede ésta regenerarse junto con el cuerpo, o simplemente se pierde?). Lástima que en su auto-indulgencia el ritmo sea lento en exceso y le sobren unos veinte minutos.
Más claramente referencial es el último proyecto de Deimantas Narkevičius, Revisiting Solaris, un breve regreso a la literatura de Lem. El artista lituano ha recuperado, cuarenta años más tarde, a Donatas Banionis, quien encarnara al astronauta Chris Kelvin en el filme de Tarkovsky, por tal de filmar el último capítulo de la novela, que el genial director ruso optó por ignorar; es decir, el momento en que el protagonista llega a la superfície del planeta Solaris y las relfexiones que despiertan en su conciencia. Por supuesto el producto es altamente ambiguo, una suerte de collage con tintes surrealistas; en medio de lo narrado, Narkevičius incluye fotografías de su compatriota Mykalojus Konstantinas Ciurlionis, quien en 1905 exploró la capacidad visual de las orillas de Crimea - resultando en un avance bizarresco de las imágenes construídas por Lem (incluso Tarkovsky filmaría el mismo Mar Negro para representar su planeta de olas). La impresión de expandirse sin límite y de poder flotar en ese mar eternamente... visiones cósmicas.
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