La función del escritor es introducir un poco de realidad dentro de la fantasía constante que vivimos, y no al contrario. - JG Ballard
A un mes de la muerte de J.G. Ballard, querría recuperar esta portada, de la edición original de The Crystal World, para ponderar la relación directa de ciertas vertientes del surrealismo con la ciencia ficción pura y dura (hard-boiled). Ballard particularmente roba muchas imágenes del surrealismo, considerándolo como un pasaje secreto hacia un mundo más real y con más sentido. Evidentemente tal escuela pictórica, basándose en el subconsciente, construye mundos alternativos que tanto cuadrarían en una literatura fantástica como una de reflexivo-tecnológica, pero particularmente en el caso ballardiano, cuyo ojo parece ser una ventana a un sueño. Los campos apocalípticos de chatarra automobilísitica humeante, de deseo erótico turbador, bellamente retratados por Harley Cokliss en su corto Crash! (1971), protagonizado por el mismo Ballard, quien reflexiona de las capacidades sexuales del coche, en una serie de paranoias que parecen directamente extraídas de un poemario surrealista. Ciertamente tiene sus tintes freudianos. En el caso de la portada que nos ocupa, es Max Ernst quien se encarga de escenificar el ambiente. A finales de los 20 Ernst ingenió un proceso llamado frotagge, una forma automática de pintar, con la cual conjuraba unos extraños bosques, de formas naturales inspiradas en el romanticismo, dotándoles de un curioso aire atemporal; sin tiempo, sin lugar. Por supuesto la jungla cristalizante supuesta por Ballard no se aleja en demasía del aspecto sobre-natural de los paisajes de Ernst. En su escrito The Coming of the Unconscious, Ballard habla explícitamente de ese cuadro de Ernst, citándolo como "paisaje espinal", habla de ese tipo de flora, anunciando que "the real landscapes of our world are seen for what they are - the palaces of flesh and bone that are the living facades enclosing our own subliminal consciousness". Más surrealista declaración, imposible. La geologización de Ballard en sus ficciones es trascendente, particularmente en The Atrocity Exhibition, un collage de tintes claramente ernstianos. Otro artista del cual se declara seguidor absoluto, siguiendo con el tema paisajístico, es Oscar Domínguez, quien inventó otra técnica para invocar en el papel formas rocosas de aspecto nostálgico, casi interpretaciones libres de lo que sería el cerebro; paisajes espinales de naturaleza y mente. En palabras del propio autor, sacadas del ensayo ya citado, "to move through these landscapes is a journey of return to one's innermost being". En Ballard, la aleatoriedad o alteridad onírica del surrealismo clásico da paso a una esquizofrenia muy naturalizada. Y no olvidemos, por supuesto, a Delvaux, de quien era fan absoluto, hasta el punto de requerir unas imitaciones exactas de unos cuadros del pintor belga para colgar en su casa, tal era la fascinación que le procesaba; particularmente La Violación, un conjunto de mujeres desnudas que invitan al espectador a entrar dentro de la pintura, en el reino del subconsciente. Cuento con que Ballard esté ahora mismo trotando arraigadamente por esos jardines místicos de Delvaux.
A continuación, adjunto algunos de los cuadros clave que apreciaba Ballard, y que de algún modo u otro influyeron en su obra.
La ventana al horror. Ernst debió pintar las montañas de la locura.
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