domingo, 31 de mayo de 2009

fragmentos del Primavera Sound

Otro festival primaveral más, otro año, más drones, notas. A mi impresión esta edición se ha visto marcada por lo inesperado. Artistas ya casi residentes como Sonic Youth, Shellac o Yo La Tengo han ofrecido recitales poco previsibles, más arriesgados, menos convencionales. Estarán ya acostumbrados a pasearse por aquí y pensarán que los habituales se merecen algo un poco distinto. Como ya es tradición, el curioso asistente primaveresco se topa constantemente con propuestas sónicamente dispares; cada año los organizadores buscan una diversidad musical más elaborada. No alabaré sarnosamente la selección porque en el fondo se reduce a cuestión de gustos; pero lo cierto es hay mucha oferta de la cual picar, dependiendo del criterio y del contexto de cada uno de los individuos pululantes por el recinto del fórum estos dias, estas noches. Y cuando uno ha aprendido a husmear bien con antelación, a saber dónde se mete, no puede sino configurarse una ruta digna y adecuada para su espectral sensibilidad auditiva. No negaré que a veces pecan de listillos. Programar, por ejemplo, a Sunn 0))) en un horario más o menos decente es un gesto simplemente tramposillo, de triunfante diablura, de risillas entrecortadas. Salieron los encapuchados a dronear y como es habitual confundieron a los parroquianos; algunos de ellos, muy entregados, demasiado quizás; otros, casi testimoniales, con caras confusas, simplemente expectantes. Alguien dijo, una vez, inspirado en una célebre frase de Gombrowicz, "que maten a Sunn 0)))!", un grito lanzado en plena calle. Quizás su juego empieza a cansar ya. No obstante, ignorado el aspecto teatrero, lo cierto es que musicalmente no desmerecen en comparación a otros ruidistas. Otros que hábilmente se rifaron al público popero fueron My Bloody Valentine; en su canción final (me refiero al concierto que ofrecieron en el exterior - no me consideré lo suficientemente impetuoso como para matar por una butaca en el auditorio), la aplaudida "Soon", decidieron hacer un break de drones ruidosos de unos 15-20 minutos, provocando el éxodo de una substancial porción de los espectadores. Y por supuesto terminaron mencionada canción con un último estribillo, por si alguien había olvidado su inicio. Tuvieron problemas los fotógrafos debido al manager del grupo, un individuo un poco estúpido parece ser, pues no informó a la prensa gráfica de la necesidad de firmar un contrato por tal de sacar instantáneas en el foso. Las historias de siempre. Los cámaras probablemente se lo pasaran genialmente con The Jesus Lizard, con su frontman David Yow saltando por encima del foso y revolviéndose entre el público en un concierto que solamente se puede clasificar de antológico. Se nota que Yow tiene ya una edad, quizás por eso no se bajara los pantalones y restregara el miembro, pero la vivacidad perezosa del stage diving la mantiene intacta. Y por supuesto la maquinaria a su espalda; Denison, McNeilly y Sims violando sus instrumentos con esa pesada (pero creativa) insistencia que caracteriza el sonido reptilesco. El dia siguiente sus amiguetes Bob Weston, Steve Albini y Todd Trainer, compañeros de producción y de discográfica, descargaban atronadora traca en el mismo escenario; Shellac no prestaron demasiada atención a las preguntas lanzadas por los fans, clásicas en sus conciertos (mediante "rondas" de interrogación); lamentablemente, nadie les pidió versiones de los Eagles. Y a media tarde se paseaba el señor Molina con su banda de magnolias eléctricas y caldeaba a un ya solarizado personal; y el dia siguiente a similar hora inspeccionaba y aplastaba el señor Broadrick nuestras sensibilidades sónicas con su ruidosa serenidad y su lacónico respeto. Conciertos para recordar, bajo el sol severo; vías de escape trascendentes, brutales. Y esas escenas, entre grupos, entre ilusiones, esas escenas en el mar...

Y no nos olvidáramos del señor Young. Un pez piedra surgido de las profundidades del rock'n'roll. A ver si vuelve en menos de 22 años.

lunes, 25 de mayo de 2009

ballardianos/surrealistas



La función del escritor es introducir un poco de realidad dentro de la fantasía constante que vivimos, y no al contrario. - JG Ballard

A un mes de la muerte de J.G. Ballard, querría recuperar esta portada, de la edición original de The Crystal World, para ponderar la relación directa de ciertas vertientes del surrealismo con la ciencia ficción pura y dura (hard-boiled). Ballard particularmente roba muchas imágenes del surrealismo, considerándolo como un pasaje secreto hacia un mundo más real y con más sentido. Evidentemente tal escuela pictórica, basándose en el subconsciente, construye mundos alternativos que tanto cuadrarían en una literatura fantástica como una de reflexivo-tecnológica, pero particularmente en el caso ballardiano, cuyo ojo parece ser una ventana a un sueño. Los campos apocalípticos de chatarra automobilísitica humeante, de deseo erótico turbador, bellamente retratados por Harley Cokliss en su corto Crash! (1971), protagonizado por el mismo Ballard, quien reflexiona de las capacidades sexuales del coche, en una serie de paranoias que parecen directamente extraídas de un poemario surrealista. Ciertamente tiene sus tintes freudianos. En el caso de la portada que nos ocupa, es Max Ernst quien se encarga de escenificar el ambiente. A finales de los 20 Ernst ingenió un proceso llamado frotagge, una forma automática de pintar, con la cual conjuraba unos extraños bosques, de formas naturales inspiradas en el romanticismo, dotándoles de un curioso aire atemporal; sin tiempo, sin lugar. Por supuesto la jungla cristalizante supuesta por Ballard no se aleja en demasía del aspecto sobre-natural de los paisajes de Ernst. En su escrito The Coming of the Unconscious, Ballard habla explícitamente de ese cuadro de Ernst, citándolo como "paisaje espinal", habla de ese tipo de flora, anunciando que "the real landscapes of our world are seen for what they are - the palaces of flesh and bone that are the living facades enclosing our own subliminal consciousness". Más surrealista declaración, imposible. La geologización de Ballard en sus ficciones es trascendente, particularmente en The Atrocity Exhibition, un collage de tintes claramente ernstianos. Otro artista del cual se declara seguidor absoluto, siguiendo con el tema paisajístico, es Oscar Domínguez, quien inventó otra técnica para invocar en el papel formas rocosas de aspecto nostálgico, casi interpretaciones libres de lo que sería el cerebro; paisajes espinales de naturaleza y mente. En palabras del propio autor, sacadas del ensayo ya citado, "to move through these landscapes is a journey of return to one's innermost being". En Ballard, la aleatoriedad o alteridad onírica del surrealismo clásico da paso a una esquizofrenia muy naturalizada. Y no olvidemos, por supuesto, a Delvaux, de quien era fan absoluto, hasta el punto de requerir unas imitaciones exactas de unos cuadros del pintor belga para colgar en su casa, tal era la fascinación que le procesaba; particularmente La Violación, un conjunto de mujeres desnudas que invitan al espectador a entrar dentro de la pintura, en el reino del subconsciente. Cuento con que Ballard esté ahora mismo trotando arraigadamente por esos jardines místicos de Delvaux.

A continuación, adjunto algunos de los cuadros clave que apreciaba Ballard, y que de algún modo u otro influyeron en su obra.


The Violation, Paul Delvaux (1940)


Le Muse inquietanti, Giorgio de Chirico (1916)

Decalcomanía, Oscar Domínguez (1935)


L'Annonciation, René Magritte (1930)

martes, 19 de mayo de 2009

montevideanos de luto

Murió Benedetti, quizás el escritor más famoso de Uruguay. En vez de dedicarle un gris adiós, citando alguna frase, recitando algunos versos, pegando alguna foto, he pensado en reivindicar otros poetas o novelistas uruguayos que se merecen igual o más respeto que el fallecido. No intento con esto eclipsar el dolor de su desaparición, simplemente no me veo lo suficientemente emocionado como para dedicarle sentidas palabras; vago soy entorno a su poesía, que no me acaba de convencer, y solamente un par de novelas suyas he ingerido. Una de ellas, Gracias por el fuego, trata sobre un hombre que planea matar a su padre. Y ese título podríamos bellamente anunciarle a Benedetti, el muerto, entendiendo "fuego" como una metáfora fácil alrededor del arte, la poesia, la vida, la literatura, o un largo y redundante etcétera. Los tipos que siguen me son más o menos familiares, un top 5 de figuras "esenciales" de la literatura uruguaya. Es un conjunto previsible, pero no por ello menos interesante - una reverencia.

Por supuesto empezar toda lista con Horacio Quiroga es ir a seguro. La relación que mantuvo Quiroga con la muerte, mientras vivo, es de una peculiaridad innegable. Vio como seres queridos tiraban la vida por la ventana, accidentalmente o no, y finalmente decidió automatarse; habitual es encontrar en sus cuentos motivos relacionados con ello, un tipo de fascinación turbia que no debería eclipsar otros aspectos de su trabajo. Sin ánimo de enterrar el biografismo, fue también un hombre de aventura, manteniendo un idilio constante con la selva, la jungla, la intemperie. Podemos encontrar en sus relatos premisas puramente fantásticas junto con reflexiones más sociales de los indígenas del territorio; abrió camino para las letras suramericanas mediante una literatura bruta, modernista y atemporal.

Siguiendo un orden más o menos cronológico, aunque saltando unos pocos años, encontramos a Felisberto Hernández, admirado cuentista, con Italo Calvino y Cortázar en su club de fans (y fuera Borges quien publicara su relato "El Acomodador" en la revista Los Anales de Buenos Aires). Felisberto era ante todo pianista, y diversas de sus historias las protagonizan músicos o artistas vagamente similares a él; narrativa breve fantástica basada en la nostalgia y el misterio de los desconocidos, todo dentro de una urbanidad uruguaya. Y todo, por supuesto, inspirado notablemente por el sonido de las notas; dejó su oficio de pianista para dedicarse íntegramente a la escritura, pero evidentemente nunca dejó de tocar el instrumento en su cabeza. Un ambular de pianista absurdo, aquella modestia de acciones, aquella digna invisibilidad que acompañaron a Felisberto y a su obra durante la mayor parte de su vida constituyen el sello de honor de su personalidad literaria.

Juan Carlos Onetti también fue deslumbrado por Felisberto. Onetti es probablemente el gran narrador uruguayo del siglo veinte, con más de quince novelas escritas. Aunque empezó a escribir tardemente, títulos como La Vida Breve, Juntacaveres o El Astillero son piezas fundamentales de la literatura del país, retratos de hombres ciegos, perseguidores de ilusiones perdidas. Bien leídos tenía a Arlt y Conrad, entre otros. Fue encarcelado por la dictadura en 1973, después de lo cual se exilió en España, donde permaneció hasta la muerte. De curioso interés tiene su decálogo para escritores jóvenes, donde llama a la mentira, a la simplicidad, a la lectura de los contemporáneos, a la sinceridad, y que cierra con la siguiente sensata declaración de Hemingway: "Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer".

Uno que aún sigue rondando por estos lares es Eduardo Galeano, escritor relativamente populista y difícil de clasificar en ocasiones, cruzando la frontera entre ficción y no ficción, mezclando géneros, pero siempre con un interés muy comprometido, el de hablar de América Latina en su diversidad de ángulos; particularmente su reputado ensayo Las venas abiertas de América Latina, publicado a principios de los setenta; por entonces periodista, Galeano investigó la historia de Suramérica por tal de entender su presente; un presente marcado por la violencia política (publicóse poco antes del golpe de estado en Uruguay). Galeano tiene muchos libros publicados, y mi conocimiento de ellos es más bien pobre, pero reivindico firmemente su narrativa breve.

Para cerrar este breve repaso he pensado en varios escritores, pero para oxigenar un poco la selección con poesia, mencionaré a Cristina Peri Rossi. Mujer que lleva viviendo desde hace décadas en Barcelona, y que contaba con el soporte del mismo Benedetti. Ensayista, narradora, traductora (de Lispector, entre otros) y más que nada, poetisa. El otro dia paseando por una librería me topé con su poemario "Playstation" que ganó el pasado año el premio Loewe de poesía, "una recopilación, un anecdotario sobre escritores, y situaciones e injusticias que he vivido en los últimos años", en sus propias palabras. Escribió sobre Benedetti: Esa especie de tristeza inconfundiblemente montevideana, una nostalgia imprecisa, como la de la poesía y un sentido del humor casi siempre negro, salpicado de ternurismo.

¡Salud, uruguayos de la tierra!

domingo, 17 de mayo de 2009

distancia/memoria: el cine de Hirokazu Kore-eda (II)



En Distance, su película más distante, valga la redundancia, y también más difícil, asistimos al periplo de cinco personas al corazón de la memoria. Vagamente escrita y notablemente improvisada, cuestiona la frontera entre documental y ficción con más insistencia. En Distance, los protagonistas son personas con un hecho en común: los cuatro tenían un familiar que murió en una masacre perpetrada por una oscura secta religiosa (relativamente parecida a la Aum Shinrikyo, responsable de los envenenamientos con gas sarín en Tokyo - acontecimientos diligentemente retratados por H. Murakami en su reportaje Underground). En una búsqueda hacia la comprensión, y por tal de compartir la miseria, se embarcan en una excursión en el bosque que fue hogar de los miembros de esa secta. Ahí se topan con un antiguo sectario quien, como ellos, desea hacer las paces con su pasado. El remordimiento y el miedo emergen durante esas horas en el bosque, enmedio de los solitarios bosques de abedules, un lago en calma, la granja vacía donde vivieran los fanáticos. Los recuerdos son puramente implícitos, proporcionando vía libre al espectador para que imagine a su manera el horror acontecido sobre esas personas. La ambigüedad no es fortuita, pues se conjunta con el método de Kore-eda: el director proporcionó informaciones distintas a sus actores, provocando el conflicto y la improvisación. Le situaba en una escena determinada, con un trasfondo concreto, y les pedía que interactuaran en base a un tema. Kore-eda ha admitido la influencia de Cassavetes en este film particular, aunque también pueden notarse aires del dogma'95 (la cámara en mano, la ausencia de música, lo económico de la propuesta). Si uno considera el género documental como unaregistro en cámara de emociones y expresiones sobre un tema (personalmente generadas), entonces Distance es un documental; la gran diferencia siendo que su premisa es íntegramente ficcional.


Kore-eda rompería con fuerza el circuito de cine internacional con su siguiente film, Nobody Knows, que se estrenaría propiamente en disparidad de países. Prosigue con su interés por retratar unos hechos reales: en este caso, la historia de cuatro niños abandonados en un pequeño piso de Tokyo. El filme continúa elaborando los habituales temas obsesionados con la memoria. Aunque agradablemente retrata la ingenuidad del mundo infantil, y nos acerca substancialmente a los protagonistas, la trama es inevitablemente un viaje hacia el infierno de la subsistencia; en el fondo la pieza acaba por ser una meditación entorno el peso de la familia y su gris ausencia. La siguiente película de Kore-eda, Hana, es un estrambótico divertimento histórico situado a principios del siglo XVIII (y finales de la era Genroku) y protagonizado por un samurai zopenco en busca del hombre que mató a su padre. Una deconstrucción humanística del concepto de los samurais, que recuerda a ratos al vertedero social invocado por Kurosawa en Dodesukaden. Es difícil interpretar Hana en la filmografía de Kore-eda, pues no encontramos ningún motivo predominante, ni cambio, ni catarsis, probablemente porque intenta retratar una cotidianidad relativamente inclinada hacia la vertiente cómica de la vida - y, como se habrá visto, Kore-eda no está demasiado interesado en la comedia.



Curiosamente en su última película, Still Walking (Aruitemo, Aruitemo), se pone un especial énfasis en el humor, aunque de una manera totalmente naturalista, para nada forzada. El film abarca las veinticuatro horas que comprenden la congregación de tres generaciones de una família de clase media bajo el techo de la casa de los abuelos para commemorar el enésimo aniversario de la muerte del primer hijo barón. Probablemente sea esta uno de los mejores retratos familiares que se hayan pintado en el cine, japonés o no; capta perfectamente bien las dinámicas familiares, entiende las maneras con que resentimientos secretos tienden a acumularse y conflictos nunca resueltos se endurecen en remordimientos; pero también resalta esos momentos de luz y complicidad típicas de toda proximidad humana. El segundo hijo, un restaurador de arte sin trabajo, se presenta con su mujer, una vidua con hijo (se escuchan ecos de Maboroshi), una resolución doméstica que, conjuntada con la imposibilidad factible de alcanzar el ejemplo idealizado de su hermano muerto, lo sitúa en dudosa relación con sus parientes; mientras, su hermana planea mudarse con su propia família a la casa para cuidar de los ya gastados abuelos. La influencia de Ozu, que ya anticipaba su primer filme, se esclarece en los primeros minutos, cuando un plano de la ciudad nos muestra un tren que atraviesa la pantalla; los motivos ozuescos por excelencia, ya sea el advenimiento de la vejez, la separación entre los hijos y los padres y la futilidad de la vida familiar (hay una escena de retrato fotográfico que parece sacada de Bakushû, una de las mejores obras del maestro japonés), junto con una filmación serena y estática, se conjuntan con los de Kore-eda, es decir el peso de la memoria y los acontecimientos, y el encadenamiento con el propio pasado. Aunque "documenta" una situación familiar de un modo muy realista, lo cierto es que esa impresión tan cotidiana la consigue a través de un guión muy mesurado, para nada basado en explosiones, sinó en la deflección de esos impactos, a lo largo de los distintos ritos domésticos (como cocinar, bañarse, comer o pasear). Indudablemente Kore-eda ha alcanzado una nueva cima documental con esta pieza, un análisis humanístico y brutalmente afectivo de la vida de una familia entre millones de otras.

Kore-eda se ha paseado hace un par de jornadas por la Croisette, presentando su novísima película (fuera de competición en Cannes), Air Doll, que parece alejarse un poco de sus temas habituales; es la adaptación de un manga protagonizado por una muñeca inflable que se enamora de un dependiente de videoclub. El filme congrega los actores fetiche del director, Susumu Terajima y Arata, junto con la actriz koreana Bae Du-Na. Suena lo suficientemente histriónico (¡pintoresco!) y japonés como para congregar espectadores.

¡Ganbare, Hirokazu!

sábado, 16 de mayo de 2009

distancia/memoria: el cine de Hirokazu Kore-eda (I)

A propósito del estreno en el BAFF de la última película de Hirokazu Kore-eda, considero digna una mirada a la filmografía de este director japonés, uno de los más trascendentes de los últimos veinte años, paseándose por los más prestigiosos festivales de cine, aunque sigue siendo un completo desconocido de cara a las audiencias populares. Kore-eda proviene de las calles de Tokyo, emergiendo a principios de los noventa con diversidad de documentales televisivos sobre distintas materias, como el suicidio o el SIDA, los cuales marcarían claramente la tonalidad de sus filmes posteriores. A diferencia de otros directores de su generación interesados en el cine de impacto (Miike, Tsukamoto, Ishii) y de otros indies irregulares en su interés hacia la escena comercial (Aoyama, Hashiguchi), Kore-eda se mantiene firme en un conjunto de obra que hasta el momento (y especialmente tras este último film, Aruitemo Aruitemo) conforma un organismo propio, de temática que se retro-alimenta y re-visita en su diversidad de matices. Quizás el caso más comparable es el de Naomi Kawase, otra directora que proviene del terreno documental y cuenta con un universo propio, aunque radicalmente más auto-referencial, a lo largo de su obra, a veces confundiendo la realidad con la ficción; aunque con sus diferencias, ambos autores expresan un brutal interés hacia la intimidad humana y la filman de forma muy sutil, muy directa.



El tema central dentro de Kore-eda es, a mi parecer, la ausencia. O más bien, la memoria y la ausencia que se desprende de ella. De personas, de recuerdos, de hechos, de lugares. Los agujeros de la memoria. Toda su filmografía es un constante juego alrededor ya no sólo de la muerte, sino de la deficiente realidad que, a veces, nos envuelve y nos limita. Indudablemente, con ese trasfondo, se puede anticipar un cine duro, reflexivo, y particularmente en su caso, precioso en su análisis de la humanidad de unos personajes encadenados a su emoción y a su nostalgia, torturados. Las películas de Kore-eda son ligeras, serenas en su superficie; pero las historias que se esconden debajo de la punta del iceberg (utilizando una muy-gastada ya metáfora americana) son de magnitudes profundas. Es cine realista en su presentación de tramas y acciones (incluso su única película fantástica se respira un aire puramente cotidiano), pero conjura unas atmósferas incomprensibles, que superan la rutina de las noches y los dias (porque dentro de esa miseria, marcada por alguna falta, hay también una dimensión triunfante, inspiradora). Son, hasta cierto punto, ejercicios para destruir la frontera (artificial?) entre la ficción y la no-ficción, distinción que Kore-eda no parece constatar demasiado. Aun y con sus personajes y su narrativa, son estas películas que retratan fragmentos de realidad absolutamente naturalistas, la cámara como simple libélula que circula por esos escenarios posiblemente reales. Por supuesto es el cine, como siempre, el que se encarga de dotarlos de un aura eterna, atemporal. Claramente el cine de Kore-eda ha evolucionado; puede argumentarse que se ha vuelto más cálido con el tiempo, ha recortado la distancia con los personajes; como intentaré resumir, están sus primeras obras bastante más interesadas en simplemente "mostrar"; últimamente, la implicación con el público es mayor.


En Maborosi, su primer filme de "ficción", tenemos, por ejemplo, una serie de planos bastante lejanos a través de los cuales se construye la historia confusa de una joven de Osaka cuya madre muere, y cuyo marido, a continuación, se suicida inexplicablemente. Reconstruye su vida volviéndose a casar con un pescador en un pueblo marítimo, pero le persiguen unos sentimientos de culpa hacia esas desapariciones, una incapacidad para comprender su porqué. Por supuesto nada de esto es explícitamente enunciado, es la información que los espectadores debemos suponer. Eventualmente estalla la protagonista, aunque comprende que debe enterrar ese pasado; que esas ilusiones, ideas, nos pueden tentar a todos (de ahí proviene el título, maboroshi no hikari). El ritmo es lento, los colores apagados, a veces los actores parecen fundirse con el fondo, hay planos que parecen pura pintura. Poco a poco, Kore-eda va impregnando su trama de un regusto cotidiano, trama que inevitablemente tendrá una conclusión emocionalmente destructiva. Esa serenidad es equiparable al hieratismo visual de Ozu, particularmente la función de la cámara como observador. El director se basó notablemente en sus investigaciones entorno a un caso de suicidio que había investigado para su primer documental, However; por tanto es Maboroshi una pieza que roza "los hechos", la reconstrucción minuciosa de la emoción de la vida real.



After Life
, su segunda película de ficción, nos coloca en una estación de paso situada entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos; una suerte de purgatorio, pero con características muy distintas. Trabajan ahí un conjunto de funcionarios, unos consejeros encargados de preparar las almas de los fallecidos en su paso hacia el mundo de los espíritus. A cada muerto se le pide que escoja su recuerdo más precioso, una memoria que se re-construirá, grabará y re-visitará por tal de que su sujeto la retenga y la pueda revivir hasta la eternidad. La premisa, ligeramente inspirada en el concepto del bodisatva de la cosmología budista, nos presenta a unos trabajadores quienes en su momento fueron incapaces de elegir ese recuerdo y que por eso permanecen en ese limbo, ayudando a otros a subir al siguiente nivel. En el fondo, Kore-eda investiga la idea de que las memorias son las que nos convierten en lo que somos, y que incluso aquellos viviendo las más mundanas rutinas tenemos algo dentro de nosotros que nos es precioso. El elemento "fantástico" de la historia se diluye casi completamente con su presentación absolutamente doméstica de un escenario casi burocrático. Podríamos considerar el filme como un ensayo meta-ficcional sobre las posibilidades de la idea: Kore-eda se entrevistó con centenares de personas de los que seleccionó diez para su película, para que hiciesen el papel de los fallecidos. Los diálogos, y los recuerdos, son, pues, estrictamente improvisados (excepto los de los consejeros), conjurados por esa decena de no-actores en el mismo set - como si se filmara un documental sobre los pensamientos de esas personas al respecto. Largas son las escenas de entrevista, con planos sacados del modelo documental. La correlación entre el hecho y la ficción, tanto a nivel temático como estilístico, es esencial, quizás probablemente por el contexto extremadamente ficcional de su planteamiento (por contradictorio que suene). Además se recuperan los habituales temas de Kore-eda, especialmente la fascinación hacia la memoria, que nos es inescapable, o la relación entre el pasado y el presente, con sus ausencias marcadas. Por todas esas razones considero esta como la más bella de las películas de Kore-eda.

(continuará)

sábado, 9 de mayo de 2009

muertos solarizados


Hace casi cincuenta años ya, Stanislaw Lem escribió una de sus muchas novelas seminales, SOLARIS, centrada en el regreso de los muertos, o más concretamente, la materialización de las tragedias del pasado, de las culpas, de los pesares. La extraña comunicación conjurada por el mar-planeta, centrada en la manipulación mental de los forasteros, torturados por la visita de sus memorias, de sus temores. La adaptación de Tarkovsky gozaría de prestigio, aunque el enfoque vagamente científico la dotaría de un ambiente más onírico, menos técnico, que el libro. Ambos trabajos, el del escritor y el del director, supondrían un punto de inflexión en el desarrollo de la literatura europea fantástica y el cine de ciencia-ficción, respectivamente. Y precisamente me resulta toparme hoy día, tantas décadas después, obras que recuperan una similar atmósfera, más o menos explícita. El espíritu de Solaris prosigue!



The Clone Returns Home, de Kanji Nakajima, filme que se ha proyectado en esta edición del BAFF, nos presenta una premisa altamente inquietante. El clon del título es el desdoblamiento del protagonista de la cinta, un astronauta que accede a prestar sus datos biológicos y psicológicos a una empresa clonadora; delante del peligro de su profesión, quiere asegurarse una "segunda vida" por si aconteciese un accidente letal. No obstante el astronauta, como cualquier otro ser humano (y al igual que los sufridos investigadores que circundan Solaris), cuenta con sus traumas, con memorias mal barridas, con los temores de un pasado que ha sido incapaz de superar del todo. En su caso, la sensación de culpabilidad que experimentó cuando era niño y provocó (indirectamente) la muerte de su hermano gemelo en un río, un verano. La excusa espiritual para el mal funcionamiento del proceso de clonación es la llamada "resonancia del alma", un concepto un poco abstracto que, en el fondo, viene a ser muy similar a los pesares infernales edificados por Solaris: la persecución de la propia persona, de las imágenes enterradas. El primer intento de clon sufre de esa resonancia y es incapaz de evadirse de la obsesión hacia el hermano muerto: es una versión defectuosa plenamente nostálgica, y vive como ente pensante encallado en un fragmento temporal antiguo, aunque nunca asumido. Emprende, de forma demente, su regreso a "casa", es decir el escenario de su yo-niño, que lo conduce a su propia muerte. El segundo intento de clon, al contrario, no padece de la resonacia, pero se siente obligado a seguir los pasos del primero, por tal de recuperar su verdadera alma, su pasado. Si todo esto suena altamente ambiguo, recae la culpa en la narrativa de Nakajima, esclarecedora en su trama pero sensualmente críptica en su interpretación. El filme inteligentemente traza constantes paralelismos y juegos visuales para demostrar la ausencia del hermano; también nos muestra a unos personajes altamente confundidos delante un fenómeno extraordinario (la vuelta a la vida de los muertos); a diferencia de Solaris, aquí el regreso es producto de la tecnología humana. La película no es meramente un ejercicio centrado en la tan ponderada metanarrativa del doble o doppelganger o qualquiera de sus variantes exóticas, sinó una observación entorno las malfunciones de nuestros recuerdos, y de la incapacidad de nuestra conciencia de cerrar puertas y abandonar los reductos humeantes. Tal como afirma Remo Bodei, la semilla de la neurosis se basa principalmente en la no-sanación de las heridas cerebrales que en otro tiempo fueron el presente (o, dicho menos líricamente, los traumas). El concepto de Nakajima podría haber salido de la pluma polaca en los 50; la exposición visual podría haberse incubado en la Rusia de los 60 (imágenes de casas hechas polvo con lluvia contundente de fondo; no se puede ser más explícitamente tarkovskiano). La carga filosófica explorada por Nakajima es de interés, especialmente el componente casi místico del tráfico cíclico del alma (¿puede ésta regenerarse junto con el cuerpo, o simplemente se pierde?). Lástima que en su auto-indulgencia el ritmo sea lento en exceso y le sobren unos veinte minutos.



Más claramente referencial es el último proyecto de Deimantas Narkevičius, Revisiting Solaris, un breve regreso a la literatura de Lem. El artista lituano ha recuperado, cuarenta años más tarde, a Donatas Banionis, quien encarnara al astronauta Chris Kelvin en el filme de Tarkovsky, por tal de filmar el último capítulo de la novela, que el genial director ruso optó por ignorar; es decir, el momento en que el protagonista llega a la superfície del planeta Solaris y las relfexiones que despiertan en su conciencia. Por supuesto el producto es altamente ambiguo, una suerte de collage con tintes surrealistas; en medio de lo narrado, Narkevičius incluye fotografías de su compatriota Mykalojus Konstantinas Ciurlionis, quien en 1905 exploró la capacidad visual de las orillas de Crimea - resultando en un avance bizarresco de las imágenes construídas por Lem (incluso Tarkovsky filmaría el mismo Mar Negro para representar su planeta de olas). La impresión de expandirse sin límite y de poder flotar en ese mar eternamente... visiones cósmicas.

miércoles, 29 de abril de 2009

Cuna de guitarras - crónica de un festival




Como festival, el Roadburn es de una calidad impecable. Hay un montón de bandas y todas son o buenas o muy buenas, y al final acaba uno con la cabeza hecha polvo, too much guitar. Por supuesto sucede con todos festivales, que no tienes capacidad de asimilar tanto grupo, pero tratándose de música tan pesada, en el buen sentido (los géneros predominantes son el stoner, el doom metal y la psicodelia), esa sensación se multiplica. El local donde lo organizan es un complejo laberíntico de tres salas que serían comparables a una Apolo, una Sidecar y una Apolo [2] (más o menos) y pueden llegar a llenarse mucho, aunque en general no se dan muchos problemas de espacio o movimiento.

¿Qué bandas resaltaría? Ahora lo pienso y me es difícil destacar unas pocas, pues como he dicho no había mediocridad alguna. Indudablemente los mejores fueron Neurosis (retratados en la foto). Son tan buenos como se dice, incluso más... es el prototipo de concierto que al acabar, tras hora y tres cuartos, se siente uno tan apaleado que no puede sinó temblar. No es el típico concierto que deje con ganas de más, ya que no *puedes* más. Brutalísimo. Empezaron con "A Sun That Never Sets" y terminaron con "Through Silver in Blood" (un final apoteósico, con Scott Kelly y Steve Von Till dándole a la batería); el set fue espléndido (mención especial a "Stones from the Sky" y "Given to the Rising"). También pondría en el podio a Colour Haze, banda que por alguna razón no veo lo suficientemente reivindicada; para mi son de lo mejor de stoner psicodélico, en algunas canciones hasta se pasaban a las acústicas y metían un sitar de por medio. Músicos excelentes, van más allá del riff, hipnóticos y inspiradores. Tristemente no había mucha gente en el concierto, cuando se pusieron en plan hippie con las acústicas supongo que muchos abandonaron. Y en "tercer lugar" me quedaría probablemente con Zeni Geva, el señor KK. Null es todo un badass, metían una traca atronadora. Es una pena que en esta gira no se pasen por España, mostraron una potencia sónica muy, muy rara, guitarrazos a palo seco, sin concesión, total castration! Siguiendo con japoneses, puntazo absoluto de los Church of Misery. Vi apenas medio concierto, corriendo de Colour Haze (las terribles solapaciones de siempre), aunque fue de una intensidad digna de terremotos.

Otros merecedores de muchísimo respeto son Saint Vitus. Pensaba que Wino estaría un poco fatigado ya, pero me resultó muy gracioso, como banda aguantan perfectamente, excepto el batería, tipo raro. Soltaron un desfile de piezas seminales del doom para ponerse a babear ("Look Behind You", "Saint Vitus", "Born Too Late", "Clear Windowpane", etc.). Son temas que a uno le resultan impactantes de ver en directo - y aunque no soy un doomster genuino, St. Vitus siempre me gustaron, y me encontré coreando automáticamente "I'm looosing all my friends and loooovers" y otros versículos y notándome pintorescamente emocionado. Se agradece que los hayan conseguido traer. Antes de St. Vitus tocaron los Cathedral, teloneros naturales de Wino y compañía, quienes también se marcaron un concierto muy notable. Tocar "Hopkins, the Witchfinder General" o "Cosmic Funeral", entre otras, es sinónimo de cabezazos y excitación. Además acompañaban el concierto con unas imágenes delirantes de esqueletos encapuchados (tenía pinta de ser un filme británico de serie Z de los 70). Siguiendo con "leyendas", mención especial para Amon Düül II, seminal formación de krautrock. Están viejos, viejos, pero resultan muy entrañables. Y aunque no funcionen del todo bien (había algún momento de desorden), tienen piezas de calidad innegable, que defendieron dignamente (esa "Deutsch-Nepal", genial, Lothard Meid explicando que compuso esa canción basándose en su relación con su padre y los nazis). Además me resultaron de sonido bastante variado; es un placer poder ver a estos gigantes.

Otros de trayectoria más o menos consolidada son los Young Gods, cuyo concierto chocó más que nada por ir a la contra de casi todo lo otro; el hecho de encabir unos industriales rematados en medio de guitarreos. Metieron algunos temas reverenciados por enmedio, por ejemplo "Gasoline Man", aunque me fui antes de que acabaran (no sé si se relajaron como lo hacen en su último disco), para ver a Six Organs of Admittance. Venía el señor Ben Chasny (ideólogo del proyecto) solo, marcándose versiones secas con la guitarra, y se le notaba ligeramente espeso, incluso confundió su tiempo de actuación y se fue a la media hora, para volver después, musitando familiarmente. Otros que tocaron separadamente fueron Scott Kelly y Steve Von Till, del primero apenas vi un par de temas, pero del segundo presencié todo el concierto, donde se centró principalmente en su vertiente Harvestman. Muchísima pedalera, el hombre muy preocupado para que sonara bien, canciones oscuras más o menos droneantes, pero todo bastante hipnótico. Hubieron también muy buenos conciertos de space rock psicodélico. Estaba ahora reflexionando en los que vi - Vibravoid, Farflung, Seven That Spells, White Hills - y en todos se alcanzó un clímax deliciosamente psicotrópico, además la mayoría fueron en la misma sala. No puedo sino recomendar muy encarecidamente todas estas bandas, ya sea en disco o en directo. Y en terrenos más stoner, la palma se la llevaron The Atomic Bitchwax, cover de Pink Floyd incluída, y muchísima energía derrochada (el bajista en especial es excelente). Orange Goblin, otras glorias, mostraron mucha actitud también, aunque no me parecieron especialmente interesantes; los Radio Moscow sí que destruyeron su ambiente, sonando mucho más contundentes que en sus grabaciones. Roadsaw los experimenté un rato y, dentron de su muy genérico sonido, montaron un buen follón. Motorpsycho, banda de evolución muy interesante, tocaron casi tres putas horas; a las dos abandoné pues tenía la cabeza hecha un colador. Rescataron piezas de los noventa y un par de jams largos de su último disco, y aunque estaban en plena forma, su planteamiento acababa fatigando. Y por supuesto no olvidemos a Earth, a quienes tuve el placer de volver a ver. Se marcaron el mismo set que hace unas semanas en la sala Apolo de Barcelona, centrado casi exclusivamente en su último álbum (considerado del género "country-doom"), aunque en vez de tocar dos canciones nuevas solo les dio tiempo para una.

Por lo que se refiere a música más "críptica", considerable recital de Bohren und der Club of Gore. Tocaban en el escenario grande a las cuatro de la tarde, es decir, un error (se merecieran el más pequeño a altas horas), aunque indudablemente fue uno de los conciertos del festival. A nivel escénico su propuesta es una brutalidad, oscuridad casi absoluta debatida por unas pequeñas farolillas de color tenue cambiante. Además, cerraron con "Midnight Black Earth", que por razones personales es un tema al que tengo mucho aprecio. Muy sobrios, muy elegantes. En el lado más ruidista los Grey Daturas se marcaron un brillante concierto, se les veía muy entregados; los recomiendo encarecidamente, pues vuelven a pasar por Barcelona a principios de mayo. Siguiendo con droneros, la última banda que vi en el festival fueron Skullflower, quienes tocaron una larga pieza de 30-40 minutos que dejó a todos los presentes hechos polvo. Aunque su concierto era justo después que el de Neurosis, y por tanto me encontraba en estado bastante apático, me fue bastante necesaria esa dosis final de ruido. Por lo que se refiere a la electrónica droneante, vi un rato de Burial Hex, oscuro individuo con sus teclas, usual ruidista. Y last but not least, los Grails, banda que realmente no sé dónde clasificar; me encanta ese sonido hinduísta que procesan, claramente inspirado en los Sun City Girls, aunque a veces se les entrevé un pelo postrockero genérico un poco preocupante. Aún y esto, una gozada de concierto.

En resumen, una experiencia pseudo-infernal. No apta para todas las orejas.