Dicen que debo escribir sobre el "valor" del arte. En base a subastas de artículos redundantes, tales como calaveras con diamantes incrustados, gambas gigantes de metal, agujeros en paredes, etc. Quizás la obra de arte más discutida de estos últimos tiempos es "Exposición nº1", de Guillermo Vargas, consistente en un perro moribundo delante de la frase "eres lo que lees" escrita con alimento perruno. Por supuesto es transgresor, es rompedor, es idiótico. Pero aparte de todo eso, y también de la evidente crueldad por parte del discutido Vargas, ¿es eso arte? ¿O acaso es una descomunal pérdida de tiempo? Sin duda si retrocedemos unas pocas décadas nos podemos topar con el momento en que se rompió la estética en favor de las sandeces. No me refiero a las vanguardias de principios de siglo XX, interesantísimas y seminales la mayoría (y la fuente de Duchamp permanece intocable en su carácter quejoso), ni al decadentismo del arte, necesario y natural en el contexto de la modernidad, sinó a la reducción post-60s de la calidad artística en favor del NOMBRE. Es todo un circuito de billetes y apellidos, una competición del absurdo. El mismo Warhol era plenamente consciente de ello, hasta se regocijaba en esa arbitrariedad artística; parafraseando, "un billete de quinientos dólares, equivalente a una suma de quinientos dólares - pero si firmo en él, cuánto pasa a valer el billete de quinientos dólares?". Citaré a otro Vargas, ahora el estimable y carca Mario Vargas Llosa, violento contra gente de la calaña de Damien Hirst:
Yo estoy convencido de que las mariposas muertas, los frascos farmacéuticos y los animales disecados de Hirst no tienen nada que ver con el arte, la belleza, la inteligencia, ni siquiera con la destreza artesanal, pero no tengo manera alguna de demostrarlo. Como hemos renunciado a los cánones y a las tablas de valores en el dominio del arte, en éste no hay otro criterio vigente que el de los precios de las obras de arte en el mercado, un mercado, digamos de inmediato, susceptible de ser manipulado, inflando y desinflando a un artista, en función de los intereses invertidos en él. ("Tiburones en Formol", El País, 04-10-2008)
El señor Vargas Llosa suspira por los tiempos helénicos y llora delante del carnaval grotesco en que se ha convertido el mundo del arte (o quizás el mercado del arte). Muy poco intransigente por su parte, pero creo que todos demostramos, ligeramente, cierto escepticismo delante de las sumas astronómicas que se barajan por cualquier ridículo objeto kitsch. Puede que debiésemos utilizar un neologismo, una nueva palabra para designar este tipo de trapicheo. "Pseudoarte" seria un término demasiado naïf; en esta época reivindicante del "todo vale, todo está permitido" cada uno, cada persona construye lo que considera como "arte". Es una bonita revolución contra las academias y los protocolos, conta las líneas y los puntos. Pero lo más curioso es que no forma ya parte de la periferia, derridianamente hablando, no está en los márgenes, sinó que protagoniza el mismo núcleo de la estructura - y las formas clásicas son observadas con asco y tedio. Lyotard habla, en su obra elemental La Condición Postmoderna, del fin de las metanarrativas en la literatura; o por lo menos, de la creciente incredulidad hacia ellas. "Metanarrativa" entendida como gran tema, conceptual, un espectro temático sobre el cual versar - una de esas metanarrativas es por supuesto el arte. El arte ya no existe, al menos no tal como se contemplaba hace cien años. ¿Quién podría reivindicar la grandeza del arte moderno sin ser sujeto de burlas y amenazas? El arte como ideal de percepción está muerto y enterrado. Claramente la postmodernidad nos muestra que no se puede reducir el "arte" a una serie de aspectos o cualidades. Delante de la duda de qué define la apreciación estética, Wittgenstein tenía claro que no se podía asumir una única explicación o respuesta; la estética es una muy complicada familia de casos. No hay en absoluto un elemento común que unifique todas nuestras experiencias estéticas. Por lo tanto, de nada sirven las teorías y explicaciones. Es posible que investigaciones científicas y estudios nos permitan saber qué es lo que la gente encuentra "bonito", pero no conocer por qué lo es.
En fin, si proseguimos por ese camino acabamos cayendo en el horror del relativismo, tan criticado a los post-estructuralistas. El final del arte, el final de la historia, el final de todo, típicos apocalipsis por parte de niñatos postmodernos. No obstante, creo íntegramente en la construcción subjetiva del ideal estético, que considero más que evidente. Me gustaría hablar brevemente del último filme de Takeshi Kitano, Achilles and the Tortoise, que trata precisamente sobre el mundo del arte. El cineasta nos cuenta la historia de un pintor constantemente fracasado en su carrera contra una tortuga que nunca alcanza, sea esta el Ideal, la Verdad, el Éxito, etc. A través de los años, intenta adaptarse a los modelos, a las tendencias, a las innovaciones, siendo rechazado por la sociedad y el circulo de entendidos. Una de las escenas finales nos presenta al pintor, interpretado por el mismo Takeshi, quien, desesperado en su experimentación, intenta pintar la conflagración de una cabaña, estando encerrado dentro. Acaba mal el asunto, pues casi muere incinerado. Cansado y solo, se tropieza con una lata rota y vieja. Se planta en medio de una avenida con la lata y un letrero de "1.000.000 yenes" al lado de ella. Pasa una pareja de jóvenes; el chico se exclama indignado ante tal precio; ella, misteriosamente, comenta que, aun y el precio, mola bastante el aspecto de la basura. Y es que precisamente, al fin, todo se reduce a una broma de mal gusto - pero que puede llegar a atraernos, de algún modo, extrañamente, sin poderlo controlar... y si la broma lleva firma, más coherente sea su prostitución.
No podría acabar un comentario sobre las maldades del arte sin mencionar a Bernhard, por supuesto, especialmente en sus últimos años, cuando el torrente de negatividad y escepticismo más se le acentuó: odio hacia la gente, la sociedad, los críticos, los artistas, el ARTE. El arte como la prueba de un constante fracaso (Beckett decía, "fracasa de nuevo, fracasa mejor", lema muy aplicable al filme de Kitano), el arte detestable como concepto; o eso parece pensar Reger, el irado crítico musical que protagoniza la novela Maestros Antiguos. Cerraré con sus propias palabras.
[...] poco importa cuántos grandes espíritus y cuántos Maestros Antiguos hayamos recogido como compañeros, no pueden reemplazar a nadie, al final nos abandonan estos supuestos grandes espíritus y estos supuestos Maestros Antiguos, y vemos que se están burlando de nosotros de la forma más vil, estos grandes espíritus y Maestros Antiguos [...]
Yo estoy convencido de que las mariposas muertas, los frascos farmacéuticos y los animales disecados de Hirst no tienen nada que ver con el arte, la belleza, la inteligencia, ni siquiera con la destreza artesanal, pero no tengo manera alguna de demostrarlo. Como hemos renunciado a los cánones y a las tablas de valores en el dominio del arte, en éste no hay otro criterio vigente que el de los precios de las obras de arte en el mercado, un mercado, digamos de inmediato, susceptible de ser manipulado, inflando y desinflando a un artista, en función de los intereses invertidos en él. ("Tiburones en Formol", El País, 04-10-2008)
El señor Vargas Llosa suspira por los tiempos helénicos y llora delante del carnaval grotesco en que se ha convertido el mundo del arte (o quizás el mercado del arte). Muy poco intransigente por su parte, pero creo que todos demostramos, ligeramente, cierto escepticismo delante de las sumas astronómicas que se barajan por cualquier ridículo objeto kitsch. Puede que debiésemos utilizar un neologismo, una nueva palabra para designar este tipo de trapicheo. "Pseudoarte" seria un término demasiado naïf; en esta época reivindicante del "todo vale, todo está permitido" cada uno, cada persona construye lo que considera como "arte". Es una bonita revolución contra las academias y los protocolos, conta las líneas y los puntos. Pero lo más curioso es que no forma ya parte de la periferia, derridianamente hablando, no está en los márgenes, sinó que protagoniza el mismo núcleo de la estructura - y las formas clásicas son observadas con asco y tedio. Lyotard habla, en su obra elemental La Condición Postmoderna, del fin de las metanarrativas en la literatura; o por lo menos, de la creciente incredulidad hacia ellas. "Metanarrativa" entendida como gran tema, conceptual, un espectro temático sobre el cual versar - una de esas metanarrativas es por supuesto el arte. El arte ya no existe, al menos no tal como se contemplaba hace cien años. ¿Quién podría reivindicar la grandeza del arte moderno sin ser sujeto de burlas y amenazas? El arte como ideal de percepción está muerto y enterrado. Claramente la postmodernidad nos muestra que no se puede reducir el "arte" a una serie de aspectos o cualidades. Delante de la duda de qué define la apreciación estética, Wittgenstein tenía claro que no se podía asumir una única explicación o respuesta; la estética es una muy complicada familia de casos. No hay en absoluto un elemento común que unifique todas nuestras experiencias estéticas. Por lo tanto, de nada sirven las teorías y explicaciones. Es posible que investigaciones científicas y estudios nos permitan saber qué es lo que la gente encuentra "bonito", pero no conocer por qué lo es.
En fin, si proseguimos por ese camino acabamos cayendo en el horror del relativismo, tan criticado a los post-estructuralistas. El final del arte, el final de la historia, el final de todo, típicos apocalipsis por parte de niñatos postmodernos. No obstante, creo íntegramente en la construcción subjetiva del ideal estético, que considero más que evidente. Me gustaría hablar brevemente del último filme de Takeshi Kitano, Achilles and the Tortoise, que trata precisamente sobre el mundo del arte. El cineasta nos cuenta la historia de un pintor constantemente fracasado en su carrera contra una tortuga que nunca alcanza, sea esta el Ideal, la Verdad, el Éxito, etc. A través de los años, intenta adaptarse a los modelos, a las tendencias, a las innovaciones, siendo rechazado por la sociedad y el circulo de entendidos. Una de las escenas finales nos presenta al pintor, interpretado por el mismo Takeshi, quien, desesperado en su experimentación, intenta pintar la conflagración de una cabaña, estando encerrado dentro. Acaba mal el asunto, pues casi muere incinerado. Cansado y solo, se tropieza con una lata rota y vieja. Se planta en medio de una avenida con la lata y un letrero de "1.000.000 yenes" al lado de ella. Pasa una pareja de jóvenes; el chico se exclama indignado ante tal precio; ella, misteriosamente, comenta que, aun y el precio, mola bastante el aspecto de la basura. Y es que precisamente, al fin, todo se reduce a una broma de mal gusto - pero que puede llegar a atraernos, de algún modo, extrañamente, sin poderlo controlar... y si la broma lleva firma, más coherente sea su prostitución.
No podría acabar un comentario sobre las maldades del arte sin mencionar a Bernhard, por supuesto, especialmente en sus últimos años, cuando el torrente de negatividad y escepticismo más se le acentuó: odio hacia la gente, la sociedad, los críticos, los artistas, el ARTE. El arte como la prueba de un constante fracaso (Beckett decía, "fracasa de nuevo, fracasa mejor", lema muy aplicable al filme de Kitano), el arte detestable como concepto; o eso parece pensar Reger, el irado crítico musical que protagoniza la novela Maestros Antiguos. Cerraré con sus propias palabras.